Ahora llega el águila,
el águila en un cofre escarlata,
la lluvia y el rocío,
lunas de agua en el lagrimal,
la noche en tu espalda cría liendres hermafroditas,
la canción en tu libido es un oratorio de ángeles,
murmura el silencio su gangrena,
su intimidad blanquecina de mudez en un capitel de acantos,
columna entre columnas bajo la calle sin pérgolas,
el violín del anciano derrama horarios invisibles,
negación de las horas en el prepucio del tiempo.
el águila en un cofre escarlata,
la lluvia y el rocío,
lunas de agua en el lagrimal,
la noche en tu espalda cría liendres hermafroditas,
la canción en tu libido es un oratorio de ángeles,
murmura el silencio su gangrena,
su intimidad blanquecina de mudez en un capitel de acantos,
columna entre columnas bajo la calle sin pérgolas,
el violín del anciano derrama horarios invisibles,
negación de las horas en el prepucio del tiempo.
Te acercas con un fular de oro sobre las ingles,
no hay rímel en tu edad,
es suficiente el mapa núbil que alguien tatuó en tu seno,
me rozas con la melancolía del olvido
mientras gatos absurdos se esconden de la luz
como mariposas tímidas.
Y no falta un sueño,
no falta un horizonte de gladiolos encendidos,
de islas en los hombros,
parpadeos de un semáforo que enloqueció en su engranaje.
Mira
cómo la playa recibe el haz de un faro sin dios,
acoge el aliento de los hombres, su fetidez,
la podredumbre que la orina deja en los portales,
siente el microbio del canto elevándose
desde la miasma colectiva del grito grupal,
el cosmos del humo, la fragilidad de las palabras inconexas.
Admite en tu tez este círculo que no es sombra,
en un paso, en un gesto arrojamos golondrinas en la nieve,
la memoria nos lleva al soportal umbrío,
un cristo desnudo en una plaza vacía,
la iglesia roída por los párpados inexistentes de mil cirios rotos.
El paseo crepita en las losas, la bajamar se rodea de alfiles,
el castillo es un niño que busca a su madre en un geiser azul.
Pero tú estás aquí,
conmigo,
la madrugada asusta a los girasoles,
el verbo te cubre como una cicatriz imperfecta,
y tú callas.
Tú, hija de un noviembre que me abraza,
como te abrazo yo en nuestra burbuja de ámbar,
en nuestro eclipse que ha volado igual que un pájaro sin ojos.
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