Hay símbolos tempranos, 
hojas verdes en otoño, 
rieles de óxido bajo el calor de las estaciones, 
un colibrí sin alas 
que, inesperadamente, se suicida. 
Son presagios que luchan por ser tiempo, 
eternidad que reluce en el ojo del amigo 
o círculos que no acaban de pisar tus huellas, 
relámpagos sin conciencia 
que caen 
y caen 
como un signo. 
En un día claro la nube baja 
y rompe su aliento sobre ti 
para que la luz vibre 
y la semilla de todos los futuros escriba en tu piel 
el rombo exacto que serás. 
Desconoces por qué una palabra a gritos no la oyes,
te sorprende un cuerpo que soñaste inerte
y que hoy son huesos, 
piel, 
sonrisa 
y desnudez. 
Como si llevaras un hilo invisible entre las ingles
tira de ti la voracidad del águila; 
el deseo que late entre las sombras, 
la envidia que agita el puñal de su venganza
son reflejos en el perfil de tu locura.
Es extraño reconocer en cada ciudad que visitaste
un eclipse, 
el que tú callas 
como un secreto que jamás compartirás conmigo. 
Hasta aquí los caminos azules de un solo trazo, 
el nuestro, la conciencia de envejecer entre los árboles que nunca envejecen, 
el canto del pájaro, sutil como un globo de helio
que viaja lejos, 
viaja hacia el frío de los lugares que tanto temes
cuando te miras a solas en el silencio de la noche.
 
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