jueves, 19 de marzo de 2020

La eternidad de un encuentro

Ahora que al fin nos vemos la palabra se vuelve ciega.

En el bar el humo es azul como un océano turbio.

El café y su espiral engullen mi razón,
yo escribo un horizonte y tú me devuelves la muerte de la luna.

Los adjetivos son así,
se cansan de flotar mientras el sustantivo dormita en una voz
que jamás se exhibe.

Es una pena compartir las horas de la melancolía,
encontrarse en las rutas inefables,
ser el candil que ilumina tus pasos
igual que un foco perdido.

En la ruleta del hoy este lunes sobrevive,
un himen que recordaré y que tu olvidarás,
bajo el mantel a cuadros mi fémur juega
con las golondrinas que rozan el espectro de una duda.

¿Qué segundo imagina un cosmos?
Si lo piensas bien el televisor es el mismo en todas partes,
el cansancio del camarero te hostiga,
los últimos africanos extienden en las barras su mercancía
de abalorios y néctar.

Escuché una vez que existen los instantes perfectos
y yo reí. Existen en la memoria como jardines cerrados
a la inclemencia de la vida.

Tú no volverás a este sueño que te enmarca,
yo regresaré porque aún eres mi manantial,
aunque te hayas ido, sin despedirte,
hacia las flores del silencio.







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