El ruido calla si dices, no.
Intimidad cuando la sangre lleva un nombre de piel y huesos.
Despertar a la vez y descubrir que la luz muere en ti.
Un ojal en tu vestido con el alfil escondido en la ternura,
la sensación de desnudez antes de hablar,
el pálpito del silencio amortajado por la música,
un perdón o la renuncia,
quizá el circunloquio al que llegan las voces azules y mudas.
Susurrarte una quimera, allí donde la flor de la nieve se suicida.
Decir que eres virgen si nunca cuentas los momentos compartidos,
las ciudades, los ríos, el blancor de la cal,
las paredes sucias que lloraron después del beso y la caricia.
En alguna parte galopan las frases húmedas del éxtasis,
las matizadas por el deliquio de una razón que busca imponer su noche.
Entre las sombras, escondido el ardid, naufragada la identidad del uno,
se elevan los cuerpos como halos invisibles y ya el crepúsculo es amor
y la orilla de este remanso nuestro un oasis de paz que desafiará a la muerte.
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