No es posible llenar el hueco de la mandrágora.
Aquí, en el perfil de tu nombre, la mesa como un signo,
con la fiebre danzante de una música insólita
es un misterio la palabra que yo leí en tu vaso oscuro.
Lloras porque dices que el pintor murió joven
y que tú vivías en el rostro de aquella mujer sin tiempo,
susurras el pasado como un artilugio imberbe
o una herida que brota de tu corazón dócil.
Observo que brilla en el ventanal la flor de los espacios,
esa flor que imagino tierna igual que la quietud cuando tú me abrazas.
Te pregunté por el país de los eclipses,
por el bosque de dalias negras, por el surco
y el agua de un río infantil.
Qué cristal te amó,
en qué pátina,
de qué cuadro tu firma es un adiós
y tu carmín el ojo triste de la noche.
A menudo los murciélagos gritan
y las palomas encienden una hoguera de plumas,
así las calles que no son regreso, los puentes
que maldicen tu bondad,
las esferas que huyen como galgos locos
al trasluz de la nostalgia.
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