lunes, 16 de marzo de 2020

Tu sombra bajo la lluvia



Esta ciudad de cuervos invertidos
no sabe que hay un reloj de horas blancas.

Amanecí en la lluvia, otra vez, sin sonido,
la lluvia muerta que cae como una gema de hielo,
cae etérea, cae en un resplandor,
ese resplandor ignorado por el río
o la fuente o el deliquio de caer,
indefinidamente, hasta la boca del hambre.

Llovía, y a lo lejos,
como un barco que hiende la niebla
tu columna viva,
la desfachatez cálida de tu cuerpo,
abrigada-tronco firme de un paraguas rojo-
bajo los remos de tus piernas, islas infinitas,
la ropa vencida por la música del aire
y un pensamiento que fluye como un dragón líquido
y estalla en la virginidad del cristal
o rocía de humus mis ojos,
perseguidores del astro en que he convertido tu singladura.

Ya sé
el agua solo deja su firma en la memoria de los bosques.

Sé que no hay una razón que justifique
la identidad del que se arroja al frenesí de la borrasca.

Es un día de invierno, gris y torpe,
mustio y ruin como una limosna primeriza,
mientras la hondura del silencio se interpone entre nosotros
y la lejanía es un río desbravado
recuerdo la proximidad de los balcones,
en otra ciudad, en la que fuimos niños,
junto a un mar que decía amor,
algunas veces,
muchas veces.

Qué fecha romperé en el almanaque cuando vuelva a casa
si ya no existo en los años
y la fuga de los días huele a piedra
o a cal bajo el dintel del olvido.

Disfrutemos de la lluvia y su alma entregada,
vida en los olivos y en el trigal,
en la modesta hacienda del labriego,
vida en tu piel cuando caen como cirios de lumbre las gotas
y se enredan en tu cuerpo, mariposas albinas del aire,
tan alegres de poblarte.

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