jueves, 5 de marzo de 2020

Los muebles

La celosía en el corazón,
allí el terrible enjambre de las horas.

Tú no desconoces que los muebles
hablan en un idioma blanco
como un suspiro de nube.

Se dicen cosas que pasaron ayer o que pasarán mañana,
sueñan con el temblor de los dedos sobre su piel bruñida:
la caoba miente, el cristal es un ojo vuelto del revés,
los cuadros un epígono
o un trasluz
o la victoria dibujada en rostros,
paisajes
o naturalezas muertas.

Vive tu voz en un espejo,
antes de la sombra que dejarás,
madre canta sin que el tocador la escuche,
en el búcaro un clavel de cartón se arruga
como un testamento antiguo.

A ti te gustan los armarios porque pueblan tu cuerpo:
el pantalón, la blusa, diez camisas plisadas,
la naftalina y el olor manso de los minutos
entre las ropas que duermen.

Eras un niño y ya pensabas en la geometría de los suelos
como laberintos y bosques, canales sin agua,
espesura donde la araña esconde su paciencia y su hilo,
su negritud y su acechanza.

Es invierno, ahora esgrime el aire zarpazos insomnes
contra el vidrio desportillado,
el mar enhebra la testuz de la ola
que se derrama inmortal contra el dique exangüe.

Ayer vi las ratas buscando coral entre las piedras,
al bajar la marea, son grises como un cielo prohibido,
se mueven con la lentitud del que viaja hacia sí
y ya conoce el camino.

La lluvia lleva en sus hojas líquidas mi nombre derramado.

Aquí estoy como un árbol moribundo
mientras el tiempo destruye el resplandor
de esta miríada de segundos que, inevitablemente, se alejan.

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