Al amanecer llovía dentro de mí,
llovía como una plegaria,
llovía como un mar de colinas de agua,
llovía como un rocío sobre mi voz de náufrago.
Al despertar vi la sombra de un ángel en una chimenea blanca
y acudí a la memoria con el sudor frío de la edad
retándome
y sentí la caricia de una mano en tránsito
hacia otra mano que huye.
El día recordó mis huellas,
esta habitación es de mimbre y cristal,
saldré vestido de árbol
y tendré pájaros en las cejas
y robaré al sol su epidermis infinita;
y vendrás tú,
rubia
o trigueña,
en tu boca un tren de cercanías,
en tu pecho la raíz de la mandrágora,
el ojo triste de los números que te alejan de mí,
sucesión del vacío como interminables dijes en la nieve
o films entre tus párpados que yo adivino más allá del miedo
y de las pérgolas de tu casa.
También en el óvalo del soportal
la lluvia duerme como un río sin patria,
quizá octubre escriba en el cielo rompeolas de olvido,
quizá el musgo ya no crezca en mi cintura
-soy árbol lo recuerdas-
tal vez un parterre busque tu rosa en los suburbios,
allí donde las heridas renacen y descubren otra ciudad y otro país,
tan mío,
tan único
que ya ni tú lo reconoces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario