Benditos ángeles que pobláis los espejos,
salid como pájaros de un nido antiguo,
convertid vuestra forma en la forma de un hombre,
sed la palabra que susurra la verdad escondida.
Benditos ángeles sin dueño
es mi rostro el altar donde las máscaras sobran.
Desnudaros, ángeles míos, pues en la piel desnuda los ojos existen,
habladme del tiempo pasado que ya no crece en los jardines.
Tú, madre azabache, todavía riela tu voz de trino feliz
en los balcones. Tú, padre, encorvado en tu estatura,
docto como un dios altivo, ágil para no estar de nuevo
entre las sombras. Hermana que eres amor de cejijunta bondad,
te abres como una dulce caja de mármol, sensible a la ausencia
de las aves cantoras. Hermano yo sigo aquí para verte,
sales y en tu viento hay lágrimas de augurio, en otra estación
lloran los números que no consiguieron la luna.
Ángeles de la noche, vampiros azules que voláis como islas insólitas,
dejadme sentir todo el silencio que depositáis en estas manos
que os visten, para siempre, de fábulas y luz eterna.
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