Me estoy mirando desde el espejo inverso,
desde la orilla desleída y los arrabales,
desde el matiz o la pátina del dulce eclipse de un reloj.
Me miro bajo el líquido naciente, líquido fugaz
en la fosa madre, líquido que me dice: piel, incendio,
cobijo, latitud. Soy esta copa que el viento agita
del árbol que murió vivo, soy la pregunta sin devenir,
el largo exilio de un nombre. Hay en el cristal hábitos de flor,
arenas en los ojos y un surco amante de lágrimas rojas.
En los noviembres parpadea la otoñal querencia de la luz,
y si es agosto un fulgor de alas deja su sombra en barbecho.
Azulea, sí, tu vestido, y en la comisura de la inocencia
ríe la palabra con dos párpados de sal. Te habité
bajo un mosaico que verdea, te hablé de las noches sin ciudad,
también de los guetos de la huida. Fuimos un ruiseñor mudo
o un cáliz de piedra, no dejaremos auroras detrás
ni incienso en los portales, quizá solo vivamos
en la memoria de esos mundos que se encuentran
por una casualidad, inconcebible.
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