Observo tus diez falanges como velas al trasluz
en un mar inexistente. Tu caricia es un tren olvidado,
tu silencio la hojarasca que duerme en un libro,
el espejo que difumina la simetría del azar. Esta noche
no existen la ciudad ni los pasos en la nube tras el ángel
ni el delirio infantil de los balcones. Todo aguarda un disfraz,
una máscara común de arpegios bajo los cristales,
un oráculo sin solución en el que las palabras sean doblez,
perfiles que dibujen una huella múltiple. Es fácil comprender
que en las rodillas del instante no hay pájaros dormidos.
Así, el oculto gesto o los perfumes que deja un nombre
al concebir su sombra o la cicatriz que se adivina
en el círculo de una taza o el adiós de un camarero sin rostro
son preludio de un futuro que se parece demasiado
a la ingravidez con que el olvido escribe sus sentencias.
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