El sol muere en la raíz del agua. Solo ver el camino entre tus piernas,
lejano y múltiple como la memoria de un cíclope.
La armonía y la luz en la calle sin muros,
el sonido que alcanza al día con la lúgubre cadencia del reloj.
Yo no sé si has viajado, si interrumpen tus sueños hélices blancas,
si aún los dinosaurios te despiertan cada mañana con su paso de mariposa.
No sé nada de ti.
No sé porqué reconozco la singladura de tu sombra
y la liviandad del perfume que esparces sin un desliz.
Hablar, hablar es el signo, la convención artificial que abre la puerta
al calor de los cuerpos. Si respondes a la timidez
vuelan los pájaros en amanecida,
si tu labio roza el mío cuando la noche cuadra el éxtasis de la luna
es que una canción se hace nuestra bajo el ovillo de un farol
o en la calidez de un pub sinuoso. ¿Me conoces? ¿te conoces?
¿Cuál es tu edad si aún sientes que no has nacido?
Se escabulle el amor en el dedo grácil que recorre la hendidura de tu sexo.
Hay humedad- próxima como una elipse-
adentro en el líquido exacto que tú entregas.
Aparecerán los viajes y los films, el calor del verano y la renuncia del invierno,
la ternura y a veces la desazón de la falsedad.
Y crecerá un niño como un árbol celeste
y surcarán las nubes todos los años que esperan,
y un rumor de recuerdos táctiles poseerá nuestras noches
para así matar el olvido.
El tiempo que resta lo llevaremos como una cicatriz
o un tatuaje en las palabras que nos decimos,
basta una mirada para entender que una vida
se escribe en los silencios que se añoran.
Antes de ti fue el ocaso, después- hasta hoy-
el dulce rumor de dos ríos que, sin final, se encuentran.
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