Éramos jóvenes
-tú no tanto-.
Yo desconocía la gran ciudad
sus ruidos y sus prisas,
el tumulto del tráfico, la multitud de los rostros,
la indiferencia de existir.
Para ti, en cambio, solo era un juego,
el hábitat de la infancia, el nido donde criaste tu futuro.
Entre apuntes, en una habitación que daba a un patio abierto,
de jardines cuidados y minúsculas piscinas,
mis tardes transcurrían bajo el ritmo infantil del estudio.
Tus visitas esperadas, los jeans ajustados a la esbeltez de tus piernas
y esa voz ligeramente ronca que no desmentía tu sexo.
Nunca adivinaste mi ansia-tal vez, sí-
ni supe decir las palabras que incitaran tu deseo.
Los años pasaron como margaritas deshojadas
y hoy que, al fin hablamos, ya no podemos decirnos la verdad
sobre aquellos días habitados por la duda.
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