lunes, 31 de diciembre de 2018

Edipo o el destino inmoral

Hay un destino que llama al dolor
y un ciempiés de oídos que sufren.

Ese no es, ese no es el pasatiempo fugaz,
dibujado el signo de mis alas,
rebumbio del valor la injusticia de la lepra
que el corazón corrompe.

¿Cómo se desnuda el alma si la inocencia cuelga del talud de la desdicha
-tobillos negros, hilos de sangre-?

Bajo el olivo infantil creció el niño que fui con un sol en los hombros,
la mirada escoge los labios que susurran cantos de similitud
en juegos desvaídos.

Yo soy, ¡qué soy ahora!. Aquí la verdad del oráculo
como un jinete sobre el caballo insomne del devenir.

Me alejo hacia las tierras áridas del silencio,
en una encrucijada la noche y la niebla,
la espada que sufre el desdén como un nenúfar olvidado.

No quiero, no finjo humillación,
mi orgullo tañe al herir la luz,
rompe la envergadura de los reinos,
desviste el hogar de la infamia.

Cabalgo con la senectud de los dioses
aspirando sinrazón. Allí el monstruo hermafrodita,
guardián que forja su hambre con acertijos de palabras desmembradas.

Yo, niño, adulto, anciano en un cuerpo múltiple,
respondo a la quimera con los ojos grandes de la lucidez
-llora, esfinge, llora perro y león, llora madre y padre-
cuando sobrevive el designio y muere la virtud.

Ya llega, ya soy el dueño que no fui,
mi corona finge con los arriates del mercurio
hasta la procaz herida de la lluvia.

Claman, sí, hombres y mujeres,
los ríos de la peste esconden preguntas blancas.
Tiresias, dulce amigo, dime cómo volverá la luz,
la dicha, la paz sin lujuria.

Solo tú, hermano, padre, hijo, criatura que los dioses maldicen
volverás al sueño si desandas el dolor
y entregas el párpado, el iris, a la mácula atroz de la aguja simple.

Conoceré el destierro, junto a mi voz el arrobo de Antígona,
corazón, cielo, calidez que hunde el exilio en la ceniza.

Sé que mi muerte será flor de un destino inmoral,
frutos que Teseo rajará con la insolencia del héroe
me devolverán a la tragedia de no escoger los pasos furtivos,
solo un reflejo que la memoria del hombre descubrirá
como un arpegio en el que gemirán sin tregua
las canciones invencibles de los desahuciados.

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