Así la imagen como un tesoro limpio,
infantil, donde la risa cabe en el puño
de unos labios de fantasía
y el rubor resplandece en las pestañas azules
mientras el día es el día
y un instante conmemora la palidez donde transitan
los recuerdos.
El ayer recibe rosas en su camafeo abstracto
y tiemblan las pupilas como una veta agrietada
por el vigor telúrico de la memoria, en otro día,
en otro espectro, quizá en otro lugar
con el regreso de las palabras que han oído los apuntes del tiempo
y no perdonan la transgresión de una vida
cuyo cadáver se contempla en el espejo frontal, sesgado,
cornucopia que en sus enrevesados circuitos
de flores y penumbra, de dorados y sierpes,
de estrambóticos arabescos o rizos invisibles
parece que retratara ese devenir que ha sido
lo no especial entre los ríos de la fortuna.
No se trata de mirar la huella y recorrer el humo
de los cielos tan fríos, tan grises,
tampoco de suponer que ante los ojos solamente existe
un proyecto de trazos tan ilusorios como
improbables.
Se trata de dormir la pesada luz,
los cuerpos que no quieren reflejar el seudónimo de un anticipo,
porque su razón es leve,
delicuescencia que excita la nube diáfana en pequeñas habitaciones
inundadas por un sol inmortal, en cualquier día de cualquier estación,
en el año de los tigres o de las amapolas o de los peces
danzantes.
Me recuerda tu fotografía el penúltimo gesto de la luz
cuando la malicia es un carmín en las alas de un ángel
que muere aún en tu mirada cómplice, en tu vejez
que vuelve a ser abrazo de blancura en mi noche.
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