Me acerco a ti después de la duda. Hay una herida
y hay sinsabor, un meteoro de palabras sin paz,
la crueldad del epíteto en la inocencia del corazón.
Sé del sortilegio de las primaveras en flor,
sé de la caída cuando los virus del silencio
preceden al estallido de la náusea, y es que la vida
escoge laberintos donde no descansa el auxilio de la sombra,
ciempiés al sol aspiramos a la eternidad de un final feliz.
Pero, ya ves, la mentira se eleva como una esfinge inmaculada,
en su raíz el poso de la acritud y los ronquidos de la carcoma.
Por eso me abro a ti desde la orilla de la incorrección
y me arrimo al desdén que ahora niegas, laxa en tu renuncia,
inhóspita del ayer salvaje. Si un abrazo anula la inquietud
del temor, deja que incendie tu cuerpo con el alma entregada,
que la proximidad llore en un anuncio de estrellas y que el perdón
no escriba otra verdad que la humana efigie de los huesos entrelazados
en una caricia tan efímera como la luz.
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