viernes, 22 de junio de 2018

Ecos del deseo imberbe

Abres las alas buscando un nido.

Tu paisaje lo he pisado con mis orillas tristes.
¿Edad? la inmadurez de los dieciocho
en la luz del eterno mediodía,
el corazón salvaje del infinito horizonte
a nuestros pies.

Comprobé que el futuro exigía un entreacto,
quizá de raíles lejanos, quizá de místicas fachadas
en una piedra intacta,
lúbrica
como el roce de la piel en capiteles húmedos.

Así asoma la circuncisión del deseo,
un escenario, una prontitud, el frenesí de un símbolo
donde encender las ascuas vencidas del ardor
sin el aroma del yugo que pronuncia la palabra del padre
que sueña para ti un oasis núbil.

Llueve en la humedad,
borbotones de agua suben por tus calcetines de lana,
mi paraguas es un labio que se aproxima
a la sombra equinoccial que te protege del miedo.

Ya somos ciudad, un tren que convida,
un mar compartido, plazas de alquitrán
sin palomas ni estatuas ciegas
y la calle y el portal y los pasos entre las hojas caídas,
la voz de la premura que habitó la inquietud de los cuerpos
hasta el confín de otra voz difuminada por la verdad inhóspita.

No hay perdón
porque los horarios de la adolescencia son horarios perdidos,
solo tu sombra detrás del visillo,
solo verte dibujar en un pómulo la sonrisa del aire,
solo la nube que oculta una luz en tu rostro
me bastan para vivir eternamente
en la memoria de ti.

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