El sexo del ardid se desnuda en labios húmedos,
transcurre como un don que la hembra exhibe,
brilla en la finitud de los espejos, invoca a la luna
serpiente lumínica del oráculo. Es invierno, Elena
se abriga con las hojas de los álamos, surca sin heraldos
la noche ambigua, el mar que sueña un faro insomne.
Me arrastra con el látigo del himen y sus alfileres híspidos,
me cita en los suburbios- en la proclama- después
de que los rojos semáforos dejen su mensaje de pausa
y miedo, de canción y ternura. Ya no hay enigmas
cuando su abril conmemora la raíz de la inocencia caída.
Solo espero un alud de candiles gastados, un eclipse
que nadie recuerde tras las siemprevivas del éxtasis
y el aullido que vendrá.
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