La habitación me habla con sus cosas ciegas.
Ha vivido la estación perpetua de los sucesos,
estática como un confesor que escucha las conversaciones,
que mira el transcurrir con el breve pulso de su corazón
en bruma. Y respira- las hojas del gladiolo no paran
de crecer, el reloj recita puntual su letanía de tiempo,
la radio conversa conmigo y con la noche-acompasando
mis momentos de caída, o mi risa cuando alegre el hijo
se acerca con sus pasos de gaviota y abraza mi vientre.
La habitación me dice que sus recuerdos son los míos
y yo le digo que sí, que es mi eco, mi huella, el rumor
del pasado en los cajones, la imagen ya ida en los espejos,
las palabras que se posan en la mesa al despedirnos
cada día como naves de ausencia o pájaros sin Ítaca.
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