miércoles, 13 de junio de 2018

El auto salvaje

Es igual que un cuerpo de acero y músculos.
Recorre sin querer el haz del aire, sigue a la flecha
que aguarda un destino. Lo veo como un traje
de metal o la cinética que invade el horizonte
con su mástil dorado. Un designio que vibra
en el asfalto de la ilusión altiva, el meteoro
que deja atrás la muerte y el incienso de los lugares
ya proscritos. La aventura son acantilados
donde su cadera se arrima al quitamiedos
sin los ropajes del temor, orgulloso del humo
que se posa en el alquitrán como un pañuelo
de seda gris bajo el estrépito de diez ejes absurdos.
El auto que nunca fue mío me abraza con su plástico
herido y se encienden sus faros y trepidan las puertas
al huir del silencio. Un estruendo agita los árboles
del vial, es el relámpago de sus alas al alejarse,
cabalgadura de cascos infinitos, hierro que fulge
contra el ayer hasta el confín de los ángeles
donde aún vive la memoria de los lobos sin patria.

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