sábado, 9 de junio de 2018

La muerte llegó demasiado pronto



Aquella nieve era un símbolo impar. En la estación
el tren bufaba como un animal acorralado, la tarde-noche
se vestía de copos suaves, dormidos a la hora de las linternas,
en el calendario de un dios presentido. La isla en mi iris,
la lejanía que nos roza en el hueco triste de un vagón
sin alma. Tú, el vaquero que sueña con las dunas de Egipto,
yo que arrojo hacia el cristal olas de tiempo, cadáveres
que hablan como la conciencia desdice a su círculo
inhabitado. Pronto las palabras coinciden en ríos de ayer
y el traqueteo de la vías vence al designio, palpita
en una comunión de espíritus o deriva de asombro.
Y no hay duda de que el tránsito es un código de pasos
en compañía, que la rebeldía lleva en sí un emblema de risas,
un corazón de palabras libres en la cintura de un tiempo
fúlgido. Y, sin embargo, la inquietud es la derrota cuando
lloran las ambulancias y el espectro oscuro aún seduce
al canto gris del presente. Amigo, en tu ajada gabardina
viven los sueños no nacidos, nadie te podrá quitar el grito
de la vida hacia la luz, borracho de ternura como un príncipe
que vuela del hoy al mañana en una imagen que no reconoce
ni a la edad ni a la muerte.

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