El hilo invisible del silencio que llora, llora.
Como una telaraña entretejida de miedos,
así los dos.
Tú, angosta, libre, efímera
como los pájaros que saltan desde su desnudez.
Yo, sin meteoros, sin la luz ni la memoria,
sin ayer o casi.
Las caras de un poliedro que brillan bajo la luna fiel,
los absurdos espejos del día
que nos devuelven una imagen infantil.
La madurez de tu rostro
-lo podría dibujar en la niebla-
como el arquitrabe donde rompió el existir
su ternura.
Los años afilan ecos que no nos pertenecen,
yo sé de la pérdida y el horror,
de los eclipses y la luz.
Cae mi voz con un yugo en los labios
para ser indolencia y éxtasis en los rótulos del porvenir.
Qué cálido el aliento de esta noche eterna,
qué oscuro el sinónimo que me arrulla.
Tú y yo somos múltiples
porque somos uno y nada.
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