Es una metáfora la aridez de los campos.
Así el largo trayecto de mi ser,
desde la ternura que fluye simple en los juegos,
en las miradas, en la inocencia
hasta las horas en penumbra
cuando las habitaciones huelen a sal
y a memoria dormida.
Es una metáfora el mar inexistente,
su reflejo sobre las espigas,
el suave dibujo de las colinas
en lontananza
en este día completamente azul,
silencioso como una imagen
que fuera recordada con los ojos del interior
sin esperar movimiento, vida o transcurrir.
Solo el aire calla un lamento y se acuesta sobre la tierra roja,
enciende la flor de los olivos secos,
riza la piel de un ganado
que en otros tiempos pobló los senderos,
la fértil semilla que se volvió negra,
áspera de piedra sin labrar,
muerta de insectos, de gusanos y agua.
Sí, es una metáfora el horizonte sin pájaros,
los esqueletos de las casas que fueron abandonadas
como lo fue mi alma
cuando empecé a sentir las huellas del tiempo
en la soledad de mis días.
Yo sé que en algún lugar la vida fluye lo mismo que un río inmortal,
sé que en la densidad de los bosques
hay un canto de alegría allí donde mi amor resiste,
en ese lugar que nadie podrá arrebatarme
ni siquiera estos ojos que me niegan,
que niegan el futuro
como niega la sed el torrente que aún me posee.
Que sean estas letras el oasis donde viva mi nombre,
mi pasado, la historia que nunca conté
y que quisiera contarte.
Sí, es una metáfora este mundo yerto,
sin palomas ni sueños,
sin el dulce sabor de la locura.
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