Tras la ventana el gris no cesa de pintar el día.
Es de mañana, muy de mañana
cuando las primeras luces posan su desperezo
sobre el manto frío de la ciudad
y los sonámbulos regresan con las axilas sudadas
por el desvarío de buscarse en sí
o en su memoria.
Es extraño recorrer las calles sin una voz,
sin cuerpos, en el silencio indiferente del alba.
Solo el crujido de la trituradora,
la mecánica de unos hombres que desprecian su trabajo
escribe una música de goznes y bielas
en el aliento simple del desahucio.
Todo se parece a una piel lisa: el mar en la bahía
como un ojo brillante donde espejea la luna,
las colinas en sombra se difuminan en lontananza,
los pájaros son muescas de vida
en la frente de un cielo petrificado.
Y yo como una vieja rata que deambula entre escombros
no encuentro el camino de la luz, de la gente,
de la claridad amiga.
Hay noches que perduran igual que una estratagema,
un cepo o un abrazo sin fin.
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