Subimos al vagón con esa calma
de los inviernos frágiles, de nieve
y de agua corredera, de luz leve
sobre campos azules, con el alma
perdida en un ayer que no te nombra,
con el cuerpo cansado, el malvivir
de los ojos ausentes, sin vivir
el albor de los días, con mi sombra
que se refleja en ti como un dibujo
sobre la piel vencida en un latido
que desborda su cauce. Como el flujo
de una memoria estéril, el tiempo ido
tras la voluntad ciega, tras tu influjo
que me convierte a mí en un sol caído.
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