Como una boca dócil que no olvida,
como el agua caída de los caños
como la luz del tiempo sin los años,
igual que el bronce plácido de la vida
pasan las horas ciegas de la tarde
con sus agujas grises, su indolencia,
su mansedumbre pétrea, la esencia
de los siglos pasados, el alarde
de las estatuas yertas. Con el sol
vencido en los cristales tras el día
que muere sin pesar, con la ceniza
que resuena en la luz como un crisol,
un abrigo, un tapiz sin mediodía,
una sombra volátil que agoniza.
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