Por más que mires, sin pausa, hacia dentro,
hasta que se disuelva el rostro que mira
y regrese el niño que fuiste-cual si evocaras
en tu interior el sueño de la infancia-, por más
que niegues el perfil, los surcos, la erosión
de una piel que no asumes al cerrar los ojos,
en la fábula de los párpados, por más que el espejo
amigo convierta la vejez en imposible arpegio
de juventud-la música es la misma de entonces
pero no la voz que canta- por más que veas un rastro
que sobrevive al naufragio de la edad en un rincón
oculto bajo los pliegues de un tiempo que se agota,
por más que repitas soy yo con los mismos labios
que afirmaban antaño el júbilo de vivir, aunque
huyas de ti volviendo a la memoria como vuelve
el pájaro a un nido roto, nada, ni la eternidad
del deseo ni las cosas que un día guardaste podrán
evitar el declive que acecha en lo profundo del azogue.
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