No ocultes la tez púrpura, los rasgos que se adhieren
a tu nombre, el coral y el cartón pintado, la porcelana
en los pómulos, las brillantes perlas, el símil del alma
bajo el árbol de la pantomima, el rostro que renunció
a la inocencia del niño, el irreal parpadeo de tus ojos
maquillados por una música que arroja su rigodón como
un maná en la corteza del baile, la cortina que se ajusta
al perfil, el paño húmedo que amanecerá duro entre la piel
y el envés de un retrato, el misterio que hunde su raíz
en el enigma y da un fruto camuflado por los tintes
de una luz artificiosa, el trampantojo de vestir la desnudez
con la faz adolescente de un cómico o de un travestí,
la voz que muda al compás de unos labios sin carne,
las órbitas abiertas donde los ojos son la única luz,
esa otra piel que nunca mostrarás a los espejos
de la vida, siempre tú y la noche, siempre la sombra
bajo un sol pintado en lo hondo del muro que creaste.
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