En lo hondo, en lo oscuro la luz dimite.
Basta un temblor en la epidermis del tiempo,
la hilatura que quiebra el tejido con el roce fugaz de las horas sin patria,
la lentitud que remansa el latido de un orgullo que ya no es el rayo
que cruza como pantera de luz las sombras de la noche.
Y crece el alfil del desaliento como raíz de un árbol que atraviesa
el surco que amaneció en los vértices de una piel ajada.
No hay agua que reviva en la quietud feral de tu pozo
ni oasis en la pared donde dibujaste las sombras
que niegan el olvido.
Solo tu voz se mantiene firme cuando el recuerdo anida en el corazón
y alza con alegría sus plumas como un pájaro que aún vuela
sobre las olas de un mar antiguo.
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