Hay palidez y sueños que rompen el cristal de los paraísos
invencibles, pondré flores de azahar en las vías oscuras
de la quietud, allí en el templo sin música, bajo un mar
de lluvia tenue la canción regresa con tus labios
que acompañan el clamor del frío, solo el candil
en la lejanía marca el sendero por el que naufraga el viento
de la noche, bustos de alba asoman entre las candilejas
con su luz ambigua y es como si la vigilia de un faro
encendiera para mí las luciérnagas viajeras de la ficción,
un coro de alientos húmedos, una nube celestial
que irradia luz con hilos de púrpura es la bandera
que mecida por el aire abandona sus límites,
agita su vientre sin color, blancura del insólito
amanecer, y en el corredor de mi pupila el eco
de tus pasos, la sintonía del canalón vertiéndose
en océano sonámbulo, la hiedra en tu vestido
por fin verde, la soledad de las plazas y este tren
de la memoria donde viaja el efluvio de un aroma
que se perderá como se pierden las cenizas al abrir
la mano que guarda, sin pudor, las alas azules de un sueño.
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