domingo, 26 de diciembre de 2021

Visiones del ocaso

 

Regálame un río que se ice sobre las murallas de Jericó,
la rosa egipcia de un oasis sin agua.

En la lejanía el círculo de oro es un sol,
fueron tus alas el plumaje ambiguo
con que el misterio viste a sus pájaros.

Nace el ruiseñor en la curva de los alféizares,
canta y crea un himno de alacranes muertos
que sobrevuelan el faro eternamente virgen.

Hay un corredor de cristal en la luna,
fluyes como un ardid en la tiniebla de los mapas,
existe el ojo del cíclope clavado en el azul,
visión de mares y columpios al atardecer.

La lluvia color estrella revuelve el corazón de las hojas,
rastros infantiles en los peciolos,
el sudor de la salamandra es rosa
como un azúcar hilado
en la feria de los cisnes.

Crujen las veletas
porque el viento alegre juega con sus territorios de latitud
como el trampolín juega con los cuerpos que se deslizan
sobre su piel danzante.

¡oh dios de las amapolas, enciende el aura de las almenas celestes,
la flor púrpura del señuelo donde los pájaros arriban
con el éxtasis de las fresas, con el jengibre derramado,
con la tintura carmesí de los labios rojos!

Supura un círculo de palomas los lamentos de la tarde,
ríen las fuentes con grito de jirafa muda,
sueñan los alcornoques con un pedestal sin hojas
donde reine la eternidad.

Y yo escribo palabras de azufre, versos de algodón,
adjetivos de alcanfor en las nalgas de la sibila.

Créeme, si atardece es que su nombre llega,
con cuadrigas floridas, con las pérgolas brillantes
bajo el arco iris que asoma.

Así estalla el crepúsculo en los arrozales,
como una esfinge que no asume su destino.

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