Es que ya las manos no escriben el mismo verso,
y en la quietud nuestras sombras no se perfilan igual,
silencio que muda con la cadencia del reloj
en arritmias verticales
sin acompasar la lluvia de los nombres.
Hilos que tejen un sudario en los vértices de tu sexo,
deslizándose el ansia sobre colchas amargas,
en luz extinta por el dragón gris de la melancolía.
¡Qué fue el ayer sino la pisada constante que recorre el pasillo,
ida y vuelta, con la sinergia de las hendiduras sin fin!
¡Qué palabra solo es círculo, gema que refulge lejos del roído amanecer que nos ilumina!
¿Y si caminamos- tú al alba, yo al crepúsculo-
desprendidos, a la vez, del misterio común de las playas y las islas,
del bosque en invierno, del cálido abrigo de los cines y las calles
que fueron el rincón de la luz, la nube del temblor?
Yo no escribo para nombrar la esperanza
ni para ser tu jardín en la niebla,
yo escribo con las manos rotas y la voz del recuerdo
que se abre al corazón del olvido;
para que así tú vivas fuera de los eclipses,
y seas un ángel que incendie el mediodía
con la caricia de una pluma entre los hombros.
¡Y yo! Yo habito la ilusión del alférez que ha resistido a una guerra
para, entregarse al extraño imán -tu ausencia-,
con el que ahora descubre, en plenitud, una desconocida calma.
domingo, 5 de diciembre de 2021
La separación puede ser una puerta que se abre a otra vida
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