Hoy camino por el cielo como un dron humano.
Bajo la lluvia, la ciudad se despierta.
Un estuario de calles, filamentos vivos,
hormigas de metal
excavan el día
en dirección a los trabajos.
Las ventanas, como ojos ambarinos,
son candiles que iluminan la jungla
donde el cazador es el tiempo,
veinticuatro horas
de un reloj
sin clemencia.
Junto a mí no hay ángeles,
luego no estoy en la madrugada de Berlín,
ni soy Bruno Ganz.
Qué pereza caminar de nuevo sobre el asfalto.
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