Domingo, muy por la tarde.
Ya la noche escribe garabatos por el cielo.
En la estación los paraguas se cierran,
el reloj resplandece como una luna de neón,
la megafonía es una amapola que ladra.
Mi tren de acero blanco brilla como el mercurio,
Coruña-Santiago son setenta quilómetros,
veinte minutos, nada más.
Cuando fui estudiante este viaje era un mundo,
parece que la vida ha dejado de ser un tren de largo
recorrido.
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