miércoles, 5 de mayo de 2021

Retrato de mi ciudad

 Es todo aire, un sonámbulo ejército de ráfagas pobladas de espuma,
es una latitud septentrional de inviernos azules,
es la caracola dormida en el fondo de un mar alegre,
es una cordillera fina como un mango de ingrávidas estrellas
que brotan.

La plaza de árboles inversos
ríe al ver la lluvia arrastrarse hasta el cauce de sus raíces,
azotada por un aliento que el faro ilumina con haces de crisol
y luciérnagas varadas en la noche.

Qué edificios se desnudan para mí,
en qué calles un himno me busca con alfombras blancas
para que pises el rubor y la mandrágora vieja de las esquinas.

Ven al castillo olvidado, a la iglesia sin mapas, al corazón de la deidad
ahora que el musgo viste la piedra sonrosada,
después del soliloquio de los abades,
en un coro de aullidos bajo la marquesina de una parada de autobús
que resplandece entre la lluvia y el rocío de los ángeles.

Mis pasos hacia el remanso del agua, botas que pisan la arena en paseos umbríos,
olor a algas tempranas, episodios de madrugada con el sabor del coco en los labios
y mi mansedumbre o mi esperanza vagando bajo el frío,
en la soledad que los pájaros respetan.

Y la memoria en los cristales, amapolas en las vidrieras para que el reflejo sea rojo,
y cañones tapados, óxido en un parque donde murió la bandera de otro país,
perfumes de rododendro, de laurel, de pámpanos caducos.

En mis ojos la roca, ya besada por el mar, un cuadrángulo de metales olvidados,
fósiles de oro y de plata, la prisión donde la sal se encumbra
sobre los grilletes de la ventisca.

Ya ves que los hilos de esta ciudad se rompen como hielo antiguo,
sabes que de tu portal al mío hay insomnios,
sabes que te conocí en el mañana cuando ya no eras sol,
aunque aún alumbraba, incesante, tu belleza entre los jacintos muertos.

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