Esa música tan lenta,
el piano,
el jazz,
un platillo,
repica insistente el metal.
el piano,
el jazz,
un platillo,
repica insistente el metal.
Es media tarde en el café,
veladores repletos,
su mármol guarda la memoria de los vasos,
las palabras caen con sigilo torpe
y dejan un féretro ambiguo,
una piel invisible, hermafrodita,
en el cenicero de mica y cuarzo.
La luz amarillea en los párpados,
las arañas cristalinas
fulgen como diamantes dormidos,
el hombre solitario
lee bajo el ventanal con gafas negras de ciego,
los novios escuchan al trio de jazz,
no hablan, se miran como palomas en arrullo.
En mi vaso verde hay un líquido espeso y turbio,
la lengua ya conoce la pulpa del azúcar,
la insidia del alcohol que atomiza los minutos
con finas hebras de éxtasis.
Afuera existen las horas del atardecer con su garganta de luz,
aquí la música de Miles Davis es la noche,
solo faltas tú que, presiento, ya no vendrás.
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