jueves, 10 de septiembre de 2020

Londres

Llevamos un país en los bolsillos,
una isla como un astro de fúlgida luz.

La aventura fue un cardumen de pájaros en el mar del sueño.
El avión-otro pájaro- come nubes, agua en tránsito
irisada por cúmulos insomnes.

Toda nación yace en la historia con versos y alma,
escribe tinieblas o luce coronas, es víctima
o erige su espada en un dominio sin dios.

Nada de eso nos concierne,
solo el altavoz del aeropuerto en idiomas blancos,
la juventud en las maletas y el arbitrio de los taxis
acercándose como serpientes de metal.

Lo que yo descubro es la historia que leí,
hay puentes roídos por algas,
monumentos e iglesias, gente multicolor en las barandas,
el río no conoce otra cosa que la constancia de morir.

¿Rosas en el metro? El murmullo de los vagones,
ritmo que envilece, quejido de agujas,
azulejos gastados
sin primavera.

En las plazas los saltimbanquis preparan sus giros
sobre palos de haya, visten chalecos negros
y blusas de encaje, blanquean sus caras anónimas
con harina vieja.

Desconocemos qué noche fue melancolía,
en el hotel sangra la luna con guedejas de plata.

Sé que existen palomas que no duermen en las estaciones,
su hogar es un alar infinito. Las calles aquí
son de adoquín gris, verjas de zoo, jardines espesos
como la linfa de los moribundos.

Es verdad, vi volar un cuervo blanco junto a la torre,
desfilaban los vestidos sin huésped y todo era simulación,
niebla en el horror de los parques, saludos corteses
antes de que el hacha caiga sobre la inmortalidad del tiempo.

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