Me agito bajo la rosa,
el cascabel vibra en el rojo
y la clavícula cruje como un enigma.
La rodilla del tiempo es un arco iris
y los círculos del aura callan al ver el ópalo,
tú has criado un don, la magia de un cuerpo en la desidia del aire,
el caracol viaja donde la rubia edad del infinito,
todo lo contrario a la luz, sesgo en la niebla,
dolmen incandescente de tu virginidad.
El poeta murió bajo el palmeral,
en su cuaderno, sin líneas, las letras son crustáceos,
sólidos galápagos sin mar.
No me acuerdo del enjambre,
sé que rompía el territorio
donde el lobo viejo amamantaba su soledad.
Ah! bruja que ahora llegas con la escoba en la mano
y el oro ingrávido en las pestañas,
me dices, “el tiempo es anfibio,
y las costumbres, desliz que alimenta un sol que agoniza”.
Es tan rara tu piel, es tan extraño el oro de tus ojos,
el columpio que alejas hacia la noche.
No soñé las gárgolas,
el agua trina cuando el viento roza el músculo de la fuente,
al fin en el óvalo del farol, amarillento el signo,
mientras las monjas rezan al crepúsculo,
un lloro languidece, baja los peldaños,
se arrodilla ante la cofia negra,
lanza un grito que repica en las campanas
como un soniquete de hierro
que el mazo de dios ignora.
Te preguntas por qué no fue un estertor de sangre
la incisión de la espina. Sigue en ti su idilio de plata,
doliendo como solo duele el amor de los ángeles,
cuando te besan sin querer
creyendo que aún eres un niño.
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