lunes, 14 de septiembre de 2020

El fracaso


Hubo tal vez un páramo, las calles oscuras,
las farolas muertas en no sé qué día
de los ojos primeros.

Languidece hoy el esmalte de los años,
su curva o su seno,
el ajedrez antiguo de las horas
o el monstruo que se maquilla
como un soldado sin paz.

Mira en el desorden,
comprueba la historia inacabable del murmullo
y piensa en la cicatriz de un coro
cuando la mudez fue un grito
en las fotografías que bautizan
el claroscuro del azar.

Vuelve al ovillo de las celdas,
el mensaje de los insectos es simple:
un resumen de horarios,
una simpatía de roces
o la desnudez de los juegos
en pasillos de tiniebla.

¿Y el germen del gusano
que va lloviendo sobre los días
con su comezón inigualable
de lágrimas soñadas
bajo un cobertor que ampara
los sonidos de la luz?

No pienses ahora en las orillas del mar,
tampoco en las estrías de las catedrales
o en el sonoro aullido de un tren.
Piensa en la virginidad que atisba tu noche
mientras las golondrinas del futuro
se pasean frágiles
entre arrabales de sinsabor
y misterio.

Cada recorrido vigila los besos
y sufre la traición de los azules,
desoyendo a la ninfa de los ríos
en extrañas ciudades
donde la felicidad escondió su virgo
para ser sacrificio de longevidad,
añoranza en los ojos perdidos de la ausencia.

Cuando en la similitud de los espejos
una sombra del ayer se columpia
yo logro acariciar la singladura de mi voz;
y este espacio que hoy descubro,
próximo a mí como la divina
insensatez del orgullo
es mi fugaz locura
o mi muerte encendida.






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