Hubo tal vez un
páramo, las calles oscuras,
las farolas muertas
en no sé qué día
de los ojos
primeros.
Languidece hoy el
esmalte de los años,
su curva o su seno,
el ajedrez antiguo
de las horas
o el monstruo que
se maquilla
como un soldado sin
paz.
Mira en el
desorden,
comprueba la
historia inacabable del murmullo
y piensa en la
cicatriz de un coro
cuando la mudez fue
un grito
en las fotografías
que bautizan
el claroscuro del
azar.
Vuelve al ovillo de
las celdas,
el mensaje de los
insectos es simple:
un resumen de
horarios,
una simpatía de
roces
o la desnudez de
los juegos
en pasillos de
tiniebla.
¿Y el germen del
gusano
que va lloviendo
sobre los días
con su comezón
inigualable
de lágrimas soñadas
bajo un cobertor
que ampara
los sonidos de la
luz?
No pienses ahora en
las orillas del mar,
tampoco en las
estrías de las catedrales
o en el sonoro
aullido de un tren.
Piensa en la
virginidad que atisba tu noche
mientras las
golondrinas del futuro
se pasean frágiles
entre arrabales de
sinsabor
y misterio.
Cada recorrido
vigila los besos
y sufre la traición
de los azules,
desoyendo a la
ninfa de los ríos
en extrañas
ciudades
donde la felicidad
escondió su virgo
para ser sacrificio
de longevidad,
añoranza en los
ojos perdidos de la ausencia.
Cuando en la
similitud de los espejos
una sombra del ayer
se columpia
yo logro acariciar
la singladura de mi voz;
y este espacio que
hoy descubro,
próximo a mí como
la divina
insensatez del
orgullo
es mi fugaz locura
o mi muerte
encendida.
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