Rumor de crestas en la umbría, la luz
rasga las hojas de los álamos y dibuja
un tapiz de vibrantes esquirlas, un victorioso
claroscuro que la calima recorta. Se mecen
los helechos, las cañas y el musgo con el latir
del aire vespertino. Todo es sonoridad cómplice,
el trino alegre del agua, el repique lejano de la campana,
las voces que dirigen una recua con onomatopeyas
y nombres dulces. En la superficie líquida chispean
las pintas de la trucha como arco iris de piel.
Tarde de julio que humedece la cicatriz del meandro,
en un ramal se esconde la calandria, fluye
mi pensamiento igual que un átomo perdido
en la infinitud. El reloj se ausenta, la sombra
elige morir bajo la espada del sol. Yo soy este
soñar de líquenes que el río acaricia al alejarse.
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