No es verdad que los minutos se hayan detenido.
Te gustan
el engaño de la pasividad,
los relojes rotos,
las primeras horas de la mañana
de los domingos sin nadie,
los muebles mirándote desde su raíz impertérrita.
Todo te invita a volver,
a volver, sí, a la luz del recuerdo:
el hogar entre sombras,
el balón que aún guardas bajo la cama,
la música en los ojos del deseo,
los días de pereza bajo el sol tibio,
la ilusión de hallar lo improbable
en la rutina del existir.
Eras joven pero ya eras viejo,
por la no entrega a ti,
al resplandor,
a la locura.
Solo esperabas como un alevín triste
el refugio de un bosque maternal.
Tal vez equivocaste el tiempo y el lugar
pues ahora el silencio,
la monótona sucesión de los segundos,
la paz en que transcurre tu vida
son la plenitud;
cuando, entonces,
ellos mismos te vestían
sin que tú lo supieras
con su mordaza de mármol
y sus invisibles cerrojos.
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