Se acaba.
Se acaba el terrible mundo, la fidelidad.
Tantos son los espejos,
tanta la luna entre las lunas,
tanto el visor del tiempo sin medida.
Aprendí en la niñez a cortejar las lágrimas del impúber,
mi verdad reluce en la estrategia de los monasterios perdidos,
mi voz ausculta los pétalos de la nieve
como un tobogán de sombras.
La carne es un paraíso, la ciencia, el orgullo,
la idiosincrasia de la cábala, las águilas de la divisa
deslumbran en los ebrios días de la incertidumbre.
Quiero una razón que privilegie la raíz:
busco la huella del alma
en los círculos de la pasión.
Supe de mi artera lengua que no fracasó jamás,
nada en mí desconoce lo humano,
cenizas en cuencos de alabastro,
ojos que sufren el yugo del ansia,
epístolas que descubrieron los laberintos sin rigor
de las infinitas patrañas.
La pluma se agosta en la oscuridad,
entre libros innombrables mi historia no vence a la noche.
En todos los relojes el perfil del amante se desdobla,
ya los cirios escupen su idolatría,
y no soy yo quien escribe sobre mí;
sí soy el mito doloso de la oscura nostalgia
en los deseos amputados por la herida.
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