Un perro amable agita su cola blanca.
Mis pies no reconocen su huella,
deambulan entre pájaros,
plazas y sueños.
El sol no existe
bordado de nubes y aire tibio.
Estoy en fuga, soy fugaz como un reflejo en el cristal.
Huele a mar, al cobre salino de la calma.
En el tráfago hay un semen de colores y una voz muda.
Día de agosto,
agua en los márgenes de las marquesinas,
extrañeza en el corazón y la piel.
Sentarse en un banco para morir de silencio
mientras las húmedas palomas
buscan refugio en los alares.
El ferri se hunde en la niebla de un mar gris y ausente.
Cantan ya las arpías de la luz,
pero nadie me invita a escucharlas.
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