Ayer nevó en la ciudad.
Mi vida cierra muros y abre archipiélagos.
¿Hacia dónde la mirada
que quiero limpia,
resplandeciente, pura?
El tren, animal de óxido y bielas,
rezonga su fiebre,
su cabriola bravía.
Mi sitio en el vagón es el más oscuro,
en un trozo del ventanal aún resiste el temblor de la noche,
tímida fiera que agoniza.
¿Qué sé de la isla?
Su perfil de ánade gris,
el vocablo dulce que demora el tiempo,
la altivez del volcán,
sus flores cárdenas…
Así medito bajo la luz intermitente de un neón
que duda si entregarse a mí
o apagar su aliento.
Comienza la marcha,
un impulso que reconozco,
aire sin latitud
que hiende los suburbios con su canto de metal herido.
No sé qué pájaros revolotean en la negrura
del paisaje.
Ayer nevó en la ciudad,
la playa dormía, aterida,
ausente de sí.
Mañana recibiré la luz sobre este rostro
que huye de la niñez.
Mañana será un abrazo el tibio azul del mar
en mi anhelo de futuro.
Ya se han ido los pájaros.
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