Este tiempo opaco no puede empañar
la memoria del fulgor.
Nada pediste, fue la vida
quien escogió las escenas que resplandecieron en ti
como un rayo de luz.
El primer beso en la más húmeda piel,
la aventura del amor en la palidez de la noche,
el oro de la amistad
con el abrazo y la confidencia en las tazas de un café,
el frío del relámpago entre las nubes oscuras,
irisando la lluvia de gotas infinitas.
Sé que has perdido el grito de la ilusión,
ya no eres joven ni sientes el correr de las hormigas
por los poros de tu cuerpo.
Sin embargo, contempla otra vez la gracia de la luna,
su luz azulada, serena y dócil,
oye el mar, rítmico, amante
como una mano que sacude tu perfil envejecido,
siente el aire y su olor de flores en sazón,
mira las colinas o adéntrate de nuevo
en el vientre arbolado de la fraga,
la sonoridad del río está allí
sin un llanto.
Es mucho, pues, lo que sobrevive a la temida invocación de la vejez.
Solo atiende a las señales que llegan
con la calma de una caricia,
aún es el tiempo de las amapolas en la nieve,
del esplendor en los resquicios de un corazón herido,
de la esperanza como una viga que resiste
el alud de los años y la muerte.
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