Es mentira que los veranos sucedan.
¿Qué recuerdo insiste en repetir su gong
como una red de imágenes sólitas
o como una extraña letanía,
tan irreal, tan difusa?
Verde la visión del niño en el valle cálido,
rumores de agua, sílabas bajo el ventanal,
bicicletas vivas que surcan los recodos de la amistad,
los vértices del juego y la algarabía.
Azul el vahído del mar en mis ojos núbiles.
Se despereza el sexo entre las toallas húmedas,
las miradas recorren la piel y buscan otra mirada
que encadene el ansia de compartir el fulgor
unívoco de la noche.
Roja la espera que ilumina el vaso de la lujuria,
las terrazas, el balbuceo de las palabras
que no dicen lo que quieren
al nombrar el dulce sueño de la luna.
Multicolor el crisol de los viajes,
contigo
que me rescatas de la piedad,
enseñándome palacios en llamas
bañados de historia,
puentes de hierro y sangre,
callejas,
gente cuyo idioma me dice al oído
quién soy y quién no soy.
Es mentira que los veranos sucedan.
Todo lo nombrado dibuja un paisaje interior
que la memoria enciende con un pábilo de ausencia.
Ahora que escribo sobre el tiempo de la luz
hay otra luz que en mí permanece.
Es la luz de agosto convertida en una voz
que no cesa de susurrarme
la olvidada canción del estío.
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