Ausente en el vagón
te gustaría ver en el cristal el porvenir.
Hay rayos de juventud en tus axilas
y un peso que acabas de izar
lo has dejado junto al óxido de los raíles.
Imaginas el destino
-el destino en albor como un oráculo de imágenes diluidas-
la ciudad donde quieres vivir un sueño,
el lugar que esperas azul,
azul sin mar,
azul de iris,
azul de océano-mujer.
Ahora escuchas el vago repiqueteo de las traviesas,
pasan los eucaliptos cimbreándose al viento,
los pedregales aún húmedos del relente.
Y recuerdas las palabras del adiós,
las que dijiste con los labios entrecerrados
como si mascullaras el perdón de una culpa,
las razones en realidad desconocidas
que no supiste expresar.
Atrás quedan los pasos de la infancia
y el temblor adolescente
de la inquietud.
Tus ropas parecen restos de banderas vencidas,
la valija guarda los misterios que un náufrago
desearía salvar.
Te acompañan los pájaros
que, como tú, migran hacia el calor y la luz.
Mientras cae la noche el viaje persiste en su adiós tranquilo,
tus ojos solo ven un horizonte limpio
de campos como sombras que el aire acaricia.
Creo que ya has dejado de ser tú
y aún no lo sabes.
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