Comienzo a escribir este poema
en la hora antigua del amanecer.
Regresan como un aire lejano y dulce
las imágenes de otro tiempo,
un tiempo de alas e inocencia,
de plenitud y asombro.
Allí está el pasillo,
larguísimo pasillo de paredes rugosas,
ataviadas de cuadros y perchas de hierro,
en su mitad un teléfono inmóvil
como un misterio de voces por descubrir,
también de voces familiares
que intercambian risas y susurros.
Voces de hermanas en el estallido de la juventud,
celosas de una intimidad de largos silencios
y rubor en las mejillas.
Y la habitación oscura que poblé sin tedio,
decorada por mí,
un oasis de sueños y lecturas,
de enfermedad y ojos que atisban
desde una cama angosta
con la interrogación eterna del descubrimiento.
Si aquel niño, aquel joven estuviera hoy a mi lado
¿Qué pensaría de mí?
No me diría,
¡olvida de una vez
lo que perdiste!
Poco a poco se llena de luz la estancia,
miro hacia fuera, se posa el sol en las fachadas,
los automóviles desfilan
como esqueletos que huyen del azar,
en la pantalla del ordenador estas frases empiezan
a mentir como se miente siempre al recordar el pasado.
Y porque yo busco una imposible verdad acaba aquí este poema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario