Los sonidos de la casa aúllan. Ven, madre,
a ese abismo que enternece la noche. Aquí
juegan los niños, ríen cuando mi rostro
se hunde en la tierra como un sol perdido.
Afuera la luz quiere abrazarte, adentro
las mariposas aletean sobre el cuarzo,
crean un murmullo de fraguas. No es
el miedo, créeme, lo que anticipa la locura.
Son los ángeles que te aman, su protectora
voz de amparo que nos cubre. Solo quiero
la virtud breve de los cometas, el estallido
de un resplandor mortal en la red de los días,
el desvaído gesto de tu fugacidad amante.
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