La casa nos pertenece como un abrigo o un sueño
donde nada es exacto, solo la música de un reloj
escribe los puntos de las horas pausadas, ajenas
a nosotros, dobladas como sutiles armonías
que imponen el ritmo, la mecánica de los minutos
en los cuerpos rebeldes que no se reconocen
en el alud de los ecos sino en el aire que escapa
por los ventanales cerrados hacia el calidoscopio
de un futuro libre, extraño, multicolor. Aunque
la casa nos pertenece no tiene significado porque
la duda queda atrás y son los latidos un camino
abierto hacia los lobos del porvenir donde ya no
hay patria, ni hogar, ni un recuerdo al que volver.
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